“MOLINOS DE 5 A 7”
à Sa Pobla - Palma de Mallorca


H.ALEXIS DELORD

Présentation

ESPAGNOL
&
FRANCAIS


Se me ha preguntado por qué había elegido los molinos de Sa Pobla como tema de mi pintura. Sin duda por efecto del azar, pero también de la oportunidad.
En agosto del 83, pasábamos en Alcudia unos días de vacaciones en familia.
Estábamos de vuelta tras varios meses de misión arqueológica en el Sahara, en una zona de difícil acceso, Teneré,  situada al este del macizo del Aïr.
A modo de paréntesis dentro de esta misión y a lo largo de un recorrido de unos 2.400 km, había emprendido la elaboración de una especie de cuaderno de viaje, tomando, cada vez que la expedición hacía un alto en el camino y con independencia de la intensidad luminosa o condiciones de exposición, una fotografía de aquello que aparecía ante los viajeros y otra de aquello se dejaba atrás. Sin elementos anecdóticos que secundasen estas tomas de instantáneas voluntariamente en bruto  y reducidas a su mera función de registro.
Para acompañar estas fotografías, no faltaba una anotación metódica de la fecha, hora y kilometraje contabilizado desde el momento de partida.
Tenía la convicción de que obtendría una variedad de tonos y colores, a merced de los días e intensidades luminosas, como se perciben para un trabajo de acuarela sobre el terreno, donde con posterioridad asalta sorpresa de encontrar similitudes en motivos muy distintos pintados en la misma zona geográfica y diferencias radicales entre lugares y climas diversos, pese a que el trazo es obra de la misma mano y de la misma caja de colores. Estas sutiles diferencias desaparecen en el trabajo de taller.
Y así ocurrió.
Cuando finalmente se procedió al revelado de la «pintura fotográfica» y a colgarla, el visitante convertido en viajero virtual pudo abarcar la composición como una cinta tornasolada de matices amarillos, ocres, tierra, azules y violáceos que la luz del desierto descubre según las horas y los días y, gracias a las indicaciones especificadas en cada par de fotografías, recorrer el tiempo y el espacio del viaje, hacia delante pero también hacia atrás, lo cual era un privilegio que el viajero, al adentrarse más y más en lo desconocido del desierto, no había tenido momento de disfrutar.
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Hace mucho que tenía el deseo de intentar introducir el tiempo y espacio en mis trabajos. En forma de palimpsesto donde las indicaciones espaciales se apilasen, congeniasen, se anulasen. En ocasiones, dejando deslizarse subrepticiamente una parte de la acción o incluso registrando formalmente secuencias. 
Más tarde me di cuenta de que la introducción de esta información de tiempo y espacio que rara vez se encuentra en la pintura occidental, sobre todo paisajística, ¡había supuesto una constante preocupación de los pintores chinos desde hace miles de años!
Los maestros doctos en la materia organizaban el desarrollo de una acción o viaje en lo que daba de sí la extensión de un rollo de seda o papel, con lo cual sacaban partido conceptual de un condicionante técnico.
Las pinturas chinas en rollo se contemplaban como un libro, mirándolas extendidas.
El aficionado era introducido en un periplo, una acción, un viaje.
Podía identificarse con los personajes que veía desplazándose en un mundo real o imaginario de montañas y ríos, traducido o sugerido plásticamente.
Al utilizar un medio como la fotografía, organicé de la misma manera el condicionante de la instantánea fotográfica que componía un contrapunto con la cadencia de registro del tiempo y kilometraje, lo cual me parece esencial, pues la obra conserva sus virtudes plásticas y de meditación a través de la posibilidad permanente «de detenerse en la imagen» que se ofrece al espectador.
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Cuando llegué a Mallorca, tras esta experiencia sahariana, al alejarme del borde del mar descubrí este espacio abierto sin delimitaciones de las huertas de Sa Pobla, convirtiéndose mi paseo en una nueva aventura pictórica.
La zona de las huertas de Sa Pobla es una especie de estuario de torrentes, a modo de bahía rebosante,  con la Albufera aún cenagosa y salvaje al borde del mar.
En esta monótona planicie barrida por el viento, el núcleo de Sa Pobla surge como una mancha blanca y rectilínea en mitad de un extenso conglomerado de tierras de cultivo hortícolas.
Al Norte azulean las colinas y montes de la Sierra.
Al Sur, el promontorio de Muro y su orgullosa catedral.
Ni un solo despunte en la orografía, ni un árbol o, mejor dicho, sólo a veces algún almendro o una higuera apostada contra un muro de piedra ocre.
Pero el ajeno al lugar se sorprende ante la proliferación de torres cuadradas, redondas o hexagonales de cinco a seis metros de altura,  con una abertura en el dintel muy a menudo triangular, que las parte prácticamente de abajo a arriba, como un trazo negro de tinta china.

Cada una de estas pequeñas torres del homenaje tenía sus pequeños silos y un sólido estanque de cien metros cuadrados que sobresalía uno o dos metros del nivel de los huertos a ras de suelo.
Muretes de treinta a cuarenta centímetros, hechos de bloques de piedra caliza y geométricamente tallados, delimitaban extensas parcelas meticulosamente cultivadas para obtener el brote de todas las verduras de España que allí se suceden con el correr de las estaciones.
En estas torres, en lo alto de una estrecha caja de madera o de una viga de travesaño, inmensos generadores eólicos hechos de madera o chapa coloreada, fijados sobre gigantescas ruedas terminadas en cola, se asemejaban a yelmos emplumados de  gigantes.
Estas alas mueven, a través de una especie de cigüeñal, un vástago de acero que desciende hasta las profundidades de la torre para impulsar y tirar, en un vaivén acompasado por el viento, de una bomba que eleva hasta el estanque oleadas de agua muy fría y límpida.

Ya en los años 80, muchos de estos vetustos y ajados gigantes habían dejado de proporcionar el agua necesaria para la irrigación,  una vez sustituidos por bombas de motor eléctrico o de gasóleo. En la actualidad, no llegan a cinco los que continúan funcionando.
Al recorrer estos antiguos huertos, descubrí los restos de las primeras instalaciones de los colonos de estas tierras reconquistadas.
Vestigios de norias con sus extraños engranajes de madera.
Muestras de arquitectura rural de una sencillez funcional que el desgaste del tiempo y las marañas de parra virgen y hierba salvaje transformaban en bucólicos decorados pastoriles.
Al atardecer, mucho antes de esconderse el sol, las torres, muros y campos resplandecían con el color dorado de las piedras y las tonalidades carmín de estas fértiles tierras.
*
Había por doquier molinos o restos de estructuras.
Me dijeron que sumaban cerca de 350 cuando fueron construidos entre 1850 y 1900.
En ocasiones unos junto a otros en los recodos de los caminos, a veces alejados y retirados al fondo de la parcela.
La intención de captarlos constituía un desafío y me di cuenta de ello nada más hacer las primeras fotografías. Me hacían falta referencias, porque si no me perdería en este laberinto sembrado de estas monumentales señales, cuyos brazos, aún útiles, se orientaban al capricho de la brisa nocturna.
Fui a la busca de un plano y finalmente lo encontré en Palma, en el servicio cartográfico, donde pude consultar y hacerme con una copia de los duplicados del plano parcelario.
Con este hilo de Ariadna emprendí en bicicleta el «viaje-cuadro» que tienen ante sus ojos.
El periplo duró 7 días o, con más exactitud, 7 atardeceres entre las 5 a 7 horas o poco más.
Eran las horas de iluminación que me gustaban.
Hubo con frecuencia dificultades técnicas como los contraluces; como saben, ¡los molinos no son personas a las que podamos desplazar fácilmente en función del sol como cuando se hace una foto de familia!
De todas maneras, esto son y no son fotografías, más bien reflejos de algo que ha existido y ya sólo cobra vida en el espejo deformante de nuestra memoria.
*
Saqué  a los molinos del anonimato con un N.° y les impuse de algún modo un lugar dentro de mi historia.
Puede ser que, torpemente instalado en el manillar de mi bicicleta, mi lápiz haya situado mal uno u otro de estos molinos que aún existirían para reivindicar el lugar que les corresponde por derecho; si fuera este el caso, ¡pido que me absuelva, en nombre de la relatividad, de cualquier tipo de visión cósmica!

Les deseo un buen viaje por este laberinto de la tierra de Sa Pobla en siete atardeceres de 5 a 7, al cual se añade hoy, aunque esta sea ya otra historia, un periplo por el pasado que es para ustedes algo personal y que no puedo contarles.

H.Alexis Delord

L'œuvre comprend 155 photos 29.7x42cm 10 panoramiques 36x100cm